AUGUST: OSAGE COUNTY, de John Wells




La familia es la madre de la tragedia, y el cine desde que es cine nos ha ofrecido mil y un retratos de no pocas familias en conflicto, más o menos infelices y des-estructuradas.

Esta película se basa en la obra teatral homónima de Tracy Letts, uno de los libretos más celebrados de los últimos años. Realmente el film resultante, obra del televisivo John Wells, marca bastantes diferencias, pero no todas ellas resultan positivas.

Letts, encargada del guion de la película, lleva a la gran pantalla los escenarios, los tempos y las dinámicas escenográficas del teatro, algo que no beneficia a la película como obra autónoma, desvinculada en cierta medida del material original.

August tiene la potencia de un guion que es puro oro, pero su concepción teatral pesa como una losa y hace que la historia no discurra libremente, dando la sensación de que cada grito, golpe o neura desatada, aunque sentida, resulta del todo programada, y finalmente nada punzante. Tal vez por eso August funciona mejor en las partes en que el film se limita a ser un ejercicio de teatro filmado, justamente los episodios en que los actores, víctimas colaterales del apreciable pero insuficiente trabajo de Wells y Letts, se convierten en los reyes de la función: los toma y daca de la matriarca Streep y la hija descarriada Roberts son pura electricidad y justifican plenamente la doble candidatura actoral de la cinta en estos Oscar.

Por desgracia, fuera del salón principal y de sus comidas aderezadas con reproches de todo tipo, la película no es capaz de dotar de personalidad a sus criaturas, dando la sensación de que unos terminan por resultar del todo risibles (ahí está el pobre Cumberbatch), otros mero adorno (McGregor) y algunos totalmente desaprovechados (Martin dale).


La opinión final es clara: August, como prometía, es una película de interiores físicos y emocionales, de rabia lanzada a modo de dardo o esputo, en la que cuesta respirar y en la que exageraciones aparte es fácil encontrar alguna relación con nuestra propia familia; y por otro lado, es evidente que el trabajo de un cineasta más sólido y de un guionista más despegado de la obra inicial hubiese dado muchísimas alas a la película. Una reunión familiar de la que dan ganas de salir corriendo: queda la tristeza, la soledad y la desgracia de los protagonistas, que pese a sus catarsis verbales terminan peor de lo que estaban al empezar el relato, pero también cierta parodia involuntaria y la evidencia de que en el patio de butacas del teatro la historia alcanza cotas de intensidad más rotundas.

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